¡Cuando apareces, tu energía es tan diáfana!

El día era el 23 del mes de enero. El motivo, las nostálgicas sensaciones, la fecha y ese mítico lugar no podían pasar por alto a la cita que iba a acontecer. Fue hace unos días, pero puedo volver a sentir las mismas emociones como si estuviese pasando en este mismo momento. La Perla de Once fue el lugar elegido por Juan Carlos Diez para presentar la reedición de "Martropía. Conversaciones con Spinetta" en el día del cumpleaños número 64 de Luis Alberto Spinetta. Ese hombrecito de voz tímida y percepción sutil que tocó mi alma con la varita mágica. Con su propia varita mágica (tan especial y propia de su especie): su sensibilidad. El Flaco llegó a mi vida el mismo día que su cuerpo decidió dejar su alma flotando en el aire. Como si fuese una burla, o un sarcasmo del universo que yo descubra a esta maravilla artística en el momento que dejó las violas y los lápices de dibujo en stand by. No iba a poder presenciar jamás al maestro desplegar su poder en vivo. No iba a poder abrazar su torso liviano. Muchas veces, cuando las cosas tiran para atrás, imagino que el Flaco está atrás mío posando su mano izquierda sobre mi hombro para darme ánimos. Entonces, yo doy media vuelta y lo abrazo. Lo abrazo con fuerza. Fueron muchas las veces que soñé ese abrazo contenedor que nunca me dieron, y encontraba la paz nmenester para seguir. Con ese cúmulo de sentimientos (intentando cambiar lo amargo por miel), asistí a La Perla esa noche.
Iba a conocer a Juan, íntimo amigo suyo y, en cierta manera, un testimonio concreto de la manera de interpretar las cosas que tenía Luis, ya que ese libro trata de largas y tendidas horas de charlas entre ellos. Supongo que será lo más cercano a "conocer" a Luis que podré experimentar.
Había tenido un día larguísimo y agobiante, pero el motivo era más que suficiente para dar mi presente allí. Así que, luego de una hora de viaje en colectivo (que pasó más rápido de lo que esperaba), bajé en Plaza Miserere con la misma ilusión que recorre a un niño cuando espera a las 00:00hs los regalos de Navidad la noche del 24. A cien metros, se podía divisar la cuadra del bar colmada de gente que fue con la intención de llenar su espíritu con algunas glorias protagonistas del nacimiento de este movimiento tan inmenso como el rock argentino. Algunos de los invitados eran Javier Malosetti, Ciro Fogliatta, nada más (¡ni nada menos!) que Rodolfo García, Machi Rufino y demás compañeros de vida de Luis. Media hora después de llegar -y habiendo caminado una y otra vez de los nervios por la incertidumbre de si podríamos entrar o no-, se abre la puerta del lugar con la ansiedad de todos los presentes en la fila. Yo ya había espiado las mesas con la ñata contra el vidrio; lógicamente, todas ocupadas. Una vez adentro, lo primero que me surge es hacer una vista panorámica del lugar. En el aire se sentía un clima cálido, de amistad, fervoroso y también febril. Unos pibes se abrazaban y reían. Un par de cincuentones brindaban con una cerveza al nombre de: "por Luis, el único ser capaz de sublimarnos". Esa es la palabra que describe la acción de Luis en mí.
Me sublima. Todos los días de mi vida desde que lo descubrí. Con las 22:00hs marcando el reloj, sube a un mini escenario Juan. Todos aplaudimos, felices. Se acomoda en una silla y abarca unos 40 minutos contándonos de su libro, de la amistad que había mantenido con Luis por tanto tiempo, de ocurrencias y de noches enteras desvelados. Juan es un ser sensible (como todos los que tenemos presente a Spinetta en nuestra vida). Quizás no terminaba de contar una anécdota, que sus ojos brillaban al mismo tiempo que una risa piadosa dejaba descubrirse. Seguramente, surgidos de flashes de momentos pasados con él. Después, Juan nos recita el primer párrafo del libro y nos deja con Rodolfo al mando de la batería y Javier domando el bajo en el escenario. Festejaríamos a Luis con el legado más hermoso que nos había dejado: su música. Yo miro tu amor desencadenó el movimiento al compás de las cabezas de los presentes. El sonar de "En tanto que la lluvia, así, lava mis desgracias, yo miro tu amor..." sincronizado con el inicio del diluvio en Avenida Rivadavia fue algo místico y hermoso a la vez. Claro que fue él, desde andá a saber qué lugar... El segundo tema fue Para ir, del cual recuerdo lo gracioso que era ver a Malosetti, tan grandote como es, intentar plaguear la voz dulce y chillona de Luis en esa canción. Le siguió Durazno sangrando para la nostalgia de todos, con Machi recitándola hermosamente. Y para cerrar con bombos y platillos (así lo ameritaba la noche), se tomaron el atrevimiento de volarnos la peluca con Ana no duerme. Era mirar para los costados y ver a la gente cantando con euforia. Un clima feliz. Como si estuviésemos viajando al '69 y viendo a Almendra.
Una vez que los pedazo de músicos bajaron, Juan se dedicó a firmar cada libro que le acercara la gente y conversar lo que considerara necesario. Claro que fui y formé fila de nuevo. Mientras las personas que estaban adelante mío le cedían su ejemplar, yo pensaba qué carajo podría decirle a un tipo que compartió tantas cosas con el Flaco. Tenía tantas inquietudes para expresarle, que podría tomarme todos los cafés del mundo para saciar mi incertidumbre por conocer a la persona que hubo detrás del artista. O que, al menos, él conoció. Cuando llegó mi momento, lo saludé con un beso en la mejilla y le acerqué mi libro a la frase de: "Y bueno, ésto también es parte del trabajo, ¿no?", a lo que él muy armoniosamente, respondió: "Pero, es un placer para mí. Por supuesto". (Y claro, boluda. ¿"Trabajo" le batiste? ¡Lo que hace el tipo es un terrible oficio!). Me preguntó mi nombre para sellar la dedicatoria, y cuando me devolvió el libro, lo que me salió fue agradecerle. Y...:
- Juan, ¿te puedo decir una cosa?
- Por supuesto, lo que quieras.
- Yo nunca pude ver en vivo a Luis, y esto que vos hiciste para mí es inmenso. Es un testimonio. Seguro estén acá todas las preguntas que yo quisiera hacerle en este mismo momento. Gracias por lo que haces.
Claro que, a la boluda que les habla, ni bien pronunció: "Yo nunca pude ver en vivo a Luis", se le llenaron los ojos de lágrimas y se le quebró la voz. Pero fue algo incontenible. Después de esa breve charla, nos abrazamos y me despedí. Ahora que lo pienso... ese abrazo englobó parte de las emociones que siento cuando sueño con el abrazo de Luis. Y no debe ser casualidad.
Partí de ese bar legendario con el alma renovada. Desde el momento en que me levanté, al otro día, notaba que no podía dejar de sonreír.
Tenía la intención de pedirle a Rodolfo y a Machi que me escriban en la segunda hoja del libro un consejo y una palabra que exprese lo que Luis transmutó en sus vidas. La verdad que, definir eso en una sola palabra, es digno de ser una proeza. Seguramente les haya ahorrado un momento de desconcierto.
La verdad es que yo no sé si todavía asimilé lo que viví, pero esa fue la forma en que celebré el aniversario del natalicio de Luis. Rodeada de historia. De transgresores. De emociones a flor de piel. Seguro, como él lo hubiese hecho.

¡Gracias, Flaco!

Las despedidas son esos dolores dulces.

Estoy intentado ponerle palabras a la cantidad innumerable de emociones que sentí el día de la fecha. Y me cuesta. Sobre todo, porque no creo tener idea, aún, de la magnitud de dicho evento. Hacía más de un año que no pisaba esa cancha –desde el partido clave de un campeonato que, por lo que la historia de River indica, no merecimos jugar nunca-. Se me hacía muy difícil ir durante el torneo por el hecho de no ser socia y por la lejanía desde mi casa al estadio. Extrañaba muchísimo. Y recuerdo que el contexto en el que estábamos a mediados de 2012, no me dejó disfrutar libremente de ir a ver ese hermoso juego del balón-pie. Había muchos nervios, mucha presión, mucha tensión. Pero, por mi suerte, hoy todo era distinto. Hoy la invitación sugería dar el presente a una verdadera fiesta. Una fiesta que, quizás, no creíamos verla tan cerca. Hasta que, sin quererlo y de rebote, ese día finalmente llegó. Y no lo niego, fue todo… raro. Porque, ¿cómo se cae en la cuenta de que te retiraste para siempre del fútbol profesional? ¿De verdad no vas a volver a deleitarnos con esos quiebres de cintura memorables? ¿Cómo se supone que convivamos con la ilusión devastada de ya no verte con la banda cruzándote el pecho? Fueron muchos los cuestionamientos que me hice, los reproches hacia mí mismo por el momento histórico de River que me tocó vivir. Porque yo no te vi jugar con la 10, hasta que firmaste con Ñewell’s. Y eso es motivo suficiente para maldecir al destino. Y aunque no haya podido ver con mis propias retinas esos momentos exactos donde convertías la hazaña en gol, tengo los dichos de la gente. Las anécdotas; las, tan, valiosas anécdotas. Las que hacen volver a nuestros ídolos en una conversación de entretiempo, en algún bar de Caballito, en un hogar con los afectos. Y con eso tuve que nutrirme, de comentarios. Cada tanto encuentro videos en la web que me rezan desesperados que los vea con la leyenda de “los mejores goles de Ortega en River”, “Ortega en la Selección”, “El último ídolo, Ariel Arnaldo Ortega”. Y ahí surgen las lágrimas, la emoción. Si de sólo ver tus goles estando en mi casa, en la tranquilidad de mi habitación, me conmuevo… no quiero imaginar si hubiese tenido la chance de admirarlos en una tribuna. En ese preciso instante que picas por arriba la bocha, la bocha se eleva, se eleva… y, sin explicación física ni lógica, besa el travesaño y acaricia de manera orgásmica la red. Así de armoniosos eran tus goles. ¿Cómo negar las lágrimas que en éste momento me corren en las mejillas? No pude verte desplegando tu magia en el verde césped del Monumental, hasta hoy. Y se me infla de orgullo el pecho al poder decir “yo estuve en la despedida del Burrito Ortega”. Yo presencié la partida del último ídolo de River. Vi en carne y hueso ese “gen” del que tanto se habla en los anillos del Monumental, cuando vi a Enzo y sus pases de gol, un taquito y un penal excelentísimamente ejecutado. Los tiros libres del Muñeco, intentando colocarla en el ángulo, como lo hizo a lo largo de toda su carrera, pero hoy sin suerte. Todo reunido ahí, a escasos metros. Lo vi con mis propios ojos. Lloré de emoción por la partida de un grande del fútbol argentino. Y ojalá no sea un adiós, sino un hasta siempre.



Gracias por tanto, Burro.
Te quiero, Ariel. Con el alma. Como el tiempo me permitió hacerlo. Hasta el final de nuestras vidas.

Son unos minutos. Y es de suma urgencia.

Eran las 2AM de hoy, martes 2 de julio. Estaba en Twitter, una de las redes sociales que más frecuento. Y en mi inicio me encuentro con algo que me llamó curiosamente la atención: un link de Youtube, que rezaba con la leyenda "¿Quién era Kiki Lezcano?". Lo abro, sin saber con lo que podría toparme. Y el resultado de mi curiosidad fue espeluznante. Se trataba de un pibe, de la villa, al que había hecho desaparecer la policía. Y puedo jurar que fueron los 2 min 33 seg. más impactantes de mi vida que recuerdo. Y no era la primera vez que me topaba con una problemática de tal índole, ya que tenía conocimiento de estas cuestiones por el renombrado caso de Luciano Arruga, un adolescente de barrio humilde que fue secuestrado, torturado y desaparecido por la policía de Lomas del Mirador en el año 2009. Por supuesto que no me era nueva la noticia; pero, no por eso, sería menos escalofriante. Este pibe, "Kiki", era oriundo de Villa Lugano. Tan cercano a mi casa, que me pareció demasiado necio y descabellado de mi parte no conocer el hecho por esa misma razón. Llevo 18 años viviendo en el mismo barrio, y jamás había escuchado nombrar este acontecimiento. Sentí miedo. Sentí inseguridad. Pero, no la inseguridad proveniente del prejuicio; porque es demasiado fácil estancarse en eso. Entonces, seguí buscando fuentes. Voces. Testimonios de la gente que lo vivió en carne propia. Y fue en ese momento, que me topé con blogs como: http://www.fuegosdelugano.blogspot.com.ar/ - http://agrupacionkikilezcano.blogspot.com.ar/ y enlaces de YouTube: http://www.youtube.com/user/kikilezcano?feature=watch - http://www.youtube.com/channel/UCm5FW5D35YejnmINnJiNBZg, que me permitieron profundizar en la historia de estos chicos. Entonces, todo se tornaba más espeluznante al abrir un link atrás de otro. Seguía encontrando historias similares, ésta vez más cerca, todavía, del lugar en donde vivo.
Hubieron otros pibes más que fueron despojados de sus familias.
Como Marcelo Di Estefani, un chico de 17 años (DIECISIETE AÑOS) que vivía en la villa 1-11-14 de Bajo Flores. A tan sólo 5 cuadras de mi casa. Pertenecía al estrato más discriminado e ignorado de la sociedad que formamos parte, y era -como, lamentablemente, muchos chicos de estas características- adicto al paco. Ese veneno que, como su propia madre lo cuenta, "convierte a los pibes en robots. Los centros de rehabilitación lo único que hacen es darte un turno; y no entienden que los pibes adictos al paco, entre tanto enceguecimiento de su conciencia, existe un momento efímero en el que el pibe te pide que lo ayudes a salir de esa adicción. Y es ahí cuando necesitan del apoyo de los centros. El día pactado para el turno, ya no sirve, porque el chico vuelve a caer en la droga y no dispone de la misma voluntad que antes". La ayuda por parte del Estado es nula. La justicia deja entrever su impunidad al liberar a las pocas horas a los asesinos "por falta de pruebas", cuando la realidad es que éstos hijos de puta están protegidos bajo el brazo de la policía.
Porque la ecuación es muy simple: los transas les venden paco a los pibes con el fin de hacer su negocio. La policía se aprovecha de la vulnerabilidad de estos chicos y los manda a robar, les libera zonas, mientras que los jóvenes están completamente descerebrados en esa situación de adicción. Cuando Marcelo quizo dejar el vicio, los transas lo mataron porque veían una fuente de ingreso menos y la policía los encubrió por ser una persona con un testimonio mucho más que peligroso para la integridad de su vil sistema de asesinato.
Y es así en todas las villas. A los pibes los descerebran, los someten a robar, y cuando ya no les son útiles, la policía conlleva un plan de asesinato conjunto con el dealer para que -sin dar aviso a las familias- envíen a los cadáveres de los pibes a la morgue y los entierren como NN, escondiendo toda evidencia de tortura y maltrato.

Entonces, me pregunto yo. ¿Cómo pretendemos hablar de bajar la edad de encarcelación antes de plantearnos la "seguridad" que tenemos? ¿Cómo podemos culpar al pibe que sale a afanar por inconsciencia y psicológicamente sometido, sin fijarnos en dónde empieza la cadena de responsabilidades?

Estos pibes merecen atención, merecen que el Estado los haga sentir parte como nunca pretendieron hacerlo en toda su vida. Merecen inclusión, tratamiento en centros de rehabilitación verdaderamente efectivos, contención a las familias que pasan por estas situaciones.

Pero, antes de todo esto, nosotros como sociedad, debemos replantearnos el rol que cumple la policía en nuestros barrios. Y no dejar que pibes como Luciano, Marcelo y tantos más, caigan en manos de esta mafia perversa.

¿Va a haber jueces cumpliendo la ley?


Empecemos...

26 de Abril de 1991. La Policía Federal Argentina retiene, tortura y asesina a Walter Bulacio, un pibe de 17 años que lo único que hizo la noche del 19 de abril de ese año, fue concurrir al recital de Patricio Rey y sus redonditos de ricota. La policía lo retuvo por 'averiguación de antecedentes', aunque no tenga el derecho constitucional de hacerlo sin la intervención de un juez que así lo indique. Lo llevaron hasta la Seccional 35ª donde, según la autopsia, Walter fue golpeado en la cabeza con objetos contundentes, además de presentar hematomas en miembros y torso. ¿El resultado? Ningún culpable.

3 de Abril de 2002. Desaparece Marita Verón, secuestrada por una banda de trata de blancas. El caso llevó a la propia madre de Marita, Susana Trimarco, a meterse en los suburbios más oscuros del ámbito donde se practica esta esclavización de las mujeres, haciéndose pasar ella misma por prostituta con el único fin de encontrar a su hija. Diez años y unos cuántos meses después, tras el testimonio de más de 50 víctimas rescatadas por Susana y teniendo evidencia suficiente como para obtener un fallo razonable, los jueces Piedrabuena, Herrera Molina y Romero Lascano deciden absolver a los 13 imputados que tenía la causa. El estallido de la sociedad fue inminente.

5 de Abril de 2007. La Policía de Neuquén asesina al profesor Carlos Fuentealba en medio de un corte de ruta. El maestro pertenecía al sindicato docente ATEN, el cual decidió hacer un corte en la ruta 22 como medida de protesta. Al enterarse de esta medida el gobernador Jorge Sobisch, da la orden a la policía provincial de impedir que se realizara dicho corte con el fin de permitir el libre tránsito. Ni siquiera había comenzado dicho corte, que los policías ya habían atacado a los manifestantes con balas de goma, gases lacrimógenos y un caro hidrante, y hasta habían perseguido a algunos integrantes del movimiento. En determinado momento, los vehículos policiales se adelantaron a la movilización de los manifestantes y los encerraron reanudando el uso de la fuerza. Fuentealba se encontraba en el asiento trasero de un auto Fiat 147 que se retiraba del lugar, cuando un policía de nombre José Darío Poblete, integrante del Grupo Especial de Operaciones Policiales (G.E.O.P.) de la ciudad próxima de Zapala, disparó una granada de gas lacrimógeno hacia el auto, que se encontraba a unos 2 metros de distancia. El cartucho de gas lacrimógeno atravesó el vidrio del vehículo e impactó en la nuca a Fuentealba, causándole un hundimiento de cráneo. En el hospital provincial fue sometido a dos operaciones y finalmente murió al día siguiente. Y vos te preguntarás: ¿Y Sobisch? ¿Y Poblete?. El primero, sin imputaciones. Al segundo se lo vió hace unos meses caminando por la ciudad turística de Zapala, Neuquén.

31 de Enero de 2009. Desaparece Luciano Arruga, un pibe de 16 años que fue interceptado por la policía bonaerense de Lomas del Mirador. Hay testigos que afirman haber visto a Luciano en plena vía pública ser agredido por los agentes policiales para meterlo dentro del patrullero. Días anteriores, había recibido una oferta por parte de ellos ofreciéndole una calidad de vida garantizada con la condición de que realice robos en la zona, que sería, por cierto, liberada por ellos. Un ´peritaje también determinó que Luciano había estado en la comisaría 8ª de Lomas del Mirador y en un patrullero que esa noche no había cumplido con su recorrido programado y según el registro electrónico de su desplazamiento, circuló por descampados. Hoy en día, nadie está imputado. Luciano sigue desaparecido.

19 de Febrero de 2012. Desaparición de Facundo Rivera Allegre. Es un cordobés de 20 años que desapareció hace 10 meses. Ese día había concurrido a un baile en el Estadio del Centro de la capital cordobesa. Nunca regresó. 25 cuadras separan la casa de Facundo del estadio. En ese trayecto, Facundo desapareció. Los pocos datos que surgen de muchos testimonios, no son tenidos en cuenta por la policía y la investigación se encuentra paralizada. Viviana Alegre, la madre del pibe, no duda en señalar que la policía provincial está implicada en la desaparición de su hijo. “Tuvo que dejar de ir a los lugares que iba siempre porque terminaba en la comisaria, sólo por tener el pelo teñido por mostrar los tatuajes o por portación de rostro. A Facu lo tenían marcado”. Facundo no tenía causas penales ni antecedentes, pero sí había sufrido los abusos por parte de la policía. “Una noche, un policía lo encerró en el baño de un boliche y le dio una tremenda golpiza. Una de las veces que lo detuvieron por el Código de Faltas salió de la comisaría todo marcado y con la cara llena de sangre. Los hematomas le duraron 20 días”. Mientras tanto, se pide que se hagan los rastrillajes que corresponden y la policía o no los hace, o los hace de manera desprolija. “Ellos reciben los llamados con los posibles datos, ellos los filtran. Además, la gente tiene miedo. La Dirección de Protección de Personas, que es la que está a cargo de la investigación, va a los bailes de civil en una camioneta negra y hostiga a los pibes”. ¿Tendría que haber gente tras las rejas, verdad? Lo cierto es que la causa nunca avanzó.

22 de Febrero de 2012. Tragedia de Once. Una unidad de la empresa TBA colisionó al no poder frenar al llegar al andén de la estación, causando la muerte de 51 personas. ¿Todo, por qué? Debido a las condiciones de la infraestructura y falta de control que existía -y sigue existiendo- por parte de la empresa y del Estado Nacional. Las unidades férreas no se encuentran en las condiciones que están pautadas y hasta la fecha, no hay ningún responsable sobre lo que pasó. ¿Casualidad? Yo diría, causalidad.

Y así, sin ir más lejos, ayer reabrieron el fallo de Cromañón y pidieron la encarcelación de los integrantes de Callejeros, contando con 7 años de prisión para Pato, y 6 años para el resto de la banda. Lo que no entiende la sociedad y los medios no les dejan ver, es que ellos también son sobrevivientes. Ellos entraron y salieron del lugar ese 30 de diciembre una, y otra, y otra vez para sacar a los pibes que estaban muriéndose ahí adentro. Los que la pueden contar, son los que estuvieron allá. Y no es que quiera tomar partido por ellos, sino señalar en dónde está -para mí- el derecho de opinar y en dónde no. A los medios, ¿qué carajo les importará hablar de una REAL JUSTICIA? Si lo único que buscan al pronunciar sus titulares, es vender el sensacionalismo y crear en la imagen de Rogelio una persona que se caga en esas 194 vidas que se hundieron allá, cuando la realidad es totalmente contraria. Casi Justicia Social es voz de lucha y de justicia, justicia verdadera, para que paguen por su error los verdaderos responsables de la tragedia. Casi Justicia Social está de pie para recordar a esas almas que el cielo no pudo esperar, y para dar consuelo a los que zafaron -por suerte, o no- de semejante masacre. Casi Justicia Social es la voz de los sobrevivientes y los involucrados en esta lucha. Casi Justicia Social es eso, es hacer justicia. Justicia social. O casi.

Así estamos. No me pidan que crea en la justicia, éste país la desconoce.

Llorando en el espejo.

Te siento respirar, lejos de tu lugar;
hoy tuve un sueño con vos
¡Qué locos éramos los dos en los buenos tiempos!

Vos deseabas salir de tu eterno jardín,
yo, de mi tonto fulgor.
Cuando encontramos era el fin,
y la vida, el motor.

La línea blanca se terminó
no hay señales en tus ojos,
y estoy llorando en el espejo
y no puedo ver.

A un hábil jugador,
trascendental actor
en busca de aquel papel
que justifique, con la acción,
toda fantasía.

Que toca el saxofón
mientras su inspiración
baila tu forma de ser
que desintegra con un blues
esta oscura prisión.
Si te pega, no te quiere.

En la lucha se refleja el alma


Si hay un recurso que es propicio de ser explotado al máximo por cada uno de nosotros, ese es nuestra mente. Nuestra opinión. Nuestro derecho a pensar. A decir lo que sentimos. No podemos permitirnos ni un solo día de nuestra vida el acto de omitir un hecho de injusticia, ya sea propio como ajeno. “Sean siempre capaces de sentir en lo más hondo, cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo” solía decir el Che, y estoy convencida de que es importantísimo y sumamente necesario que suceda eso. ¿Qué sería de cada uno de nosotros, sin personas al lado para luchar contra la injusticia? Necesitamos siempre del otro, en cualquier instancia de la vida. Ya sea como contención, como consuelo, como accionarios, como pequeños despertadores para que nos remarquen nuestros errores, como apoyo; como soportes, en fin. Y además de necesitar del otro como sopor, lo necesitamos para hacer fuerza, juntos. Unidos. Con un fin en común. Que si ocurre una injusticia, no silencie. Ni vos, ni yo, ni ellos. Que no silencie nadie, porque el que silencia está del lado del opresor.
Luchar por ideales, luchar por derechos, luchar por nuestros sueños, luchar en contra de la injusticia.
¡Luchar! Porque eso nos mantiene vivos.

Luchar, luchar y luchar.